David Alejandro Sánchez Barbosa
8°E
Una cesárea es lo último que quiere escuchar una mujer por parte de su doctor cuando está
a punto de engendrar descendencia, pero a una mujer, como las noticias que escuchó esa
misma mañana, la noticia le llegó, liberando una tormenta de pensamientos en su cabeza,
pero no tenía tiempo de pensar en eso. Aquel día de 2007, que yo mismo habría
considerado normal al pasar por la clínica Reina Sofía, aún en pie luego de tantos años,
donde se esperaba nacieran alrededor de un centenar de niños durante el día. Eran las nueve
de la mañana y una mujer debía tomar una decisión, era el sacrificio de la cirugía, o una
muerte bastante dolorosa, para dos personas.
Ese día era un domingo de Resurrección, el final de la Semana Santa, la familia debería
estar escuchando el sermón del papa en aquel televisor que amenazaba con explotar. Pero
no, faltaba la hija del medio, la casa estaba en silencio, interrumpido solo por los rugidos
agonizantes del televisor, cuyas noticias se escuchaban con la esperanza de calmar el denso
clima. La más preocupada era la madre, matriarca y sufrida, a quien unos días antes se le
diagnosticaron problemas de hipertensión, se empezaban a notar, pensaba. La preocupación
la invadía desde que su yerno la llamó, en pocas palabras explicó: “Tuvimos un problema
con David, solo sabemos que la cosa no va bien”. ¿Qué significaba?, ¿Qué quería decir?, la
curiosidad y el estrés la invadían. A tiempo para evitar otra catástrofe, su hija mayor la
sostuvo, le aseguró que todo estaría bien, aunque ni siquiera ella sabía lo que sucedería con
su hermana y confidente.
“Les explicaré de nuevo lo que sucedió”, el doctor, cuyo nombre no es recordado, volvió a
explicar a los angustiados futuros padres. El hijo que esperaban desde hace nueve meses,
como todas las demás madres del hospital, era uno de los pocos que había tenido un
problema. El niño, en su afán por salir del encierro del útero, se movió demasiado. Ahora se
requería una operación para evitar la muerte tanto del niño como de la madre. Todos se
imaginaban el posible desenlace. La madre, en su torbellino de emociones, los hermanos y
su mejor amiga, pensaban en cómo estaba a punto de cambiar su vida, para bien o para mal.
El padre reflexionaba: ¿Cómo su hija pasó de jactarse de su inteligencia y de escaparse para
trabajar, a esperar un hijo que podría matarla? El esposo se preguntaba si había sido mala
idea esperar tanto para tener un hijo. Todo era demasiado confuso.
En ese momento, tanto en el hospital como en la casa familiar, el televisor emitió una
noticia. La noticia era tan insignificante en ese momento y tan sacada de contexto, que su
entrada parecía hasta forzada. La economía de China en ese entonces estaba en riesgo, la
demanda se ralentizaba y la pobreza aumentaba. A pesar de lo ridículo que suene, ambas
partes de la historia se fijaron en el suceso, la familia porque los ayudaba a fijarse en otra
cosa y la madre, en su delirio de sentimientos, logró empatizar y relacionar la historia con
la suya propia. La mujer pensó que sería bueno ayudar comprando un medicamento chino y
de paso salvar a su hijo. Ante la ridiculez que su esposa acababa de recitar, el hombre a su
lado no tuvo de otra que calmarla y decirle, de nuevo, que todo estaría bien. Eso le repetía
mientras el reportaje continuaba.
Unos minutos después la gestante recuperó la lucidez, pero no la calma, su cabeza era un
silencioso torbellino de emociones, interrumpido solo por el ruido de las máquinas que la
mantenían consciente. Ella pensaba en muchas cosas: cómo los seres humanos son
los únicos animales que necesitan ayuda para tener hijos, cómo su familia, de más de veinte
personas, estaba en ese momento pensando solo en ella, cómo su abuela, quien a los
ochenta y cinco años bailaba igual que treinta años antes, había parido a trece personas,
cuando su primer niño estaba a punto de matarla a ella. También pensaba cómo aquel
fatídico bebé lo iba a tener con un hombre que llegó tarde a su propia boda. Todo esto
pensaba.
En ese momento se tomaron decisiones. La madre primeriza decidió sacrificar su cuerpo y
la familia decidió sacrificar la celebración de Semana Santa. Los doctores prepararon el
procedimiento, la familia preparaba el auto y el televisor preparaba una nueva noticia.
Pasada casi una hora, el cirujano encargado alistaba el bisturí mientras la familia de la
madre se encontraba en la sala de espera con el futuro padre. En medio de las charlas y
preocupaciones de la sala de espera el cirujano se preparó e insertó el bisturí en el vientre
de la mujer.
Lo único que la madre, Lizbeth Barbosa notó fueron los llantos
de David, su primer hijo con Héctor Sánchez, cuyo ruidoso concierto se escuchó en la sala
de espera, transformando totalmente el ambiente. En el lugar la preocupación pasó a
felicidad y regocijo, todos sabían que los dos miembros de la familia, el antiguo y el recién
llegado, estarían bien. Las noticias anunciaban ahora
otra nueva tragedia económica en China, pero eso ya no importaba, la noticia pasó de ser
una excusa para olvidar la angustia a un evento sin relevancia. Pensando en eso la familia
se dispuso de inmediato a conocer a su nuevo miembro.
Ahora, casi catorce años después del acontecimiento, la madre sigue jactándose de todo, y
ahora podía presumir que no sufrió de los dolores del parto. El padre sigue llegando tarde,
la familia continúa con su regocijo. Pero ahora el hijo, ya todo un adolescente, pensando en
cómo la economía china ahora es casi la más poderosa, se sienta frente a la computadora a
relatar la crónica de aquel extraño día domingo.