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Las lágrimas del migrante.

Actualizado: 30 jun 2020

Por: Miguel Ángel Sánchez Novoa

Aquel día, 22 de marzo del año 2020, Adeeba y yo nos encontrábamos preparando la cena, Adeeba prepara la comida más deliciosa de Kabul e incluso de Kunduz. Sentado en la mesa miré por la ventana y noté una extraña sensación: paz. Normalmente nadie tiene paz en la provincia de Kunduz. Perdido en mis pensamientos, me estremezco tras sentir el suelo vibrar. “Alá es grande” pienso “Alá no nos dejaría morir” dicen mis labios tras mirar los ojos de terror de Adeeba y mis dos niñas; tenemos que salir, el humo llena las calles y el sonido estruendoso de los que lloran a sus muertos llenan nuestros corazones del más profundo temor que un padre puede sentir, mientras me hago paso entre los escombros dejo de sentir las manos de mis niñitas sujetándome, más allá la última expresión de Adeeba se me queda marcada a fuego en el alma y sufro como tantos otros al saber que el final de la mujer que más amé fue con el corazón lleno de terror.


Al llegar a Jalozai, Pakistán, no se siente a Alá, no se siente el latido del corazón de los amores de mi vida y lo único que mis ojos ven tras el velo de un campo de refugiados es el dolor de los que viven en él, nadie es refugiado con felicidad, nadie escapa de sus tierras, sus raíces y sus recuerdos lleno de goce.


La vida en Jalozai me hace cuestionar el universo mismo, pienso si yo era el indicado para sobrevivir, las noches son dolorosas mas no por el frío de dormir en la soledad del desierto sino por los recuerdos que cargo como cruces en mi espalda, los días son más alegres, el hombre se distrae con el trabajo, se intenta no olvidar pero se hace un esfuerzo titánico por no dejar que los recuerdos lo abrumen y hundan; aprendemos sobre la labor de la ACNUR, hombres y mujeres que al igual que nosotros abandonan su vida para lograr que gente como yo la reencuentre, que reencontremos nuestra razón; el día de ayer nos hablaban sobre los ODS, y por primera vez en mucho tiempo sentí rabia de nuevo, si este tipo de políticas se hubiesen implementado en nuestros mundos en vez de en los lugares desarrollados mi familia estaría conmigo, iríamos a la mezquita como buenos hijos de Alá y las manos de mis hijas nunca se habrían soltado entre los escombros del hogar que una vez Adeeba y yo intentamos construir, muchos dicen que hay un mañana, y que este mañana vive en los que tienen esperanza, y mis ojos lloran al ver que mi futuro y mi esperanza se encuentran enterrados junto a otras 12 personas en los escombros de un derrumbado pasado en Kabul.


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