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Lo que dejamos atrás

Por: Allison Camacho


Desde su nacimiento, la humanidad ha buscado la manera de dejarle su legado al futuro, siempre ha prevalecido la necesidad de dejar una huella, de dejar su esencia impregnada, de contar su historia. ¿Por cuál otra razón miles de civilizaciones se molestaron en tallar mármol y granito a mano, en convertir metales preciosos en arte, en construir estructuras complejas y apabullantes? buscaban inmortalizar su historia, de reflejar lo que más apreciaban, pero más importante, lo que eran en esencia. Hubo belleza, atrocidad y peculiaridad en su forma de vivir, pero el trazo que dejaron tras ellos como regalo a las futuras generaciones fue, es y por siempre será sublime. Al admirar el pasado no pude evitar preguntarme sobre lo que nos depara; ¿qué estamos dejando atrás? ¿qué historia estamos escribiendo? ¿qué es lo que nos importa lo suficiente como para que lo inmortalicemos? Nuestro mensaje al futuro es cada vez más claro. En la arena, que alguna vez albergó tesoros de antiguas civilizaciones hoy en día yacen los restos de nuestros malos hábitos y carencia de amor propio; están impregnadas colillas de cigarrillo, botellas de plástico y de alcohol. En el misterioso y hermoso mar, el hogar de la una vez diversa y emblemática fauna y flora, hoy es el retrete de la humanidad donde los micro plásticos y desechos prevalecen, pues no hay cisterna de la cual halar. Las aguas cristalinas cuyos coloridos matices se han tornado igual de grises a las almas de una generación sucumbida en los placeres efímeros que lo alienan de sí mismo y de la sociedad, perdida en las montañas de desechos de su consumismo excesivo. Pero sin duda el linaje más dañino que hoy en día seguimos construyendo es en lo que nos hemos convertido; las unas veces enriquecedoras culturas, ideologías y posturas se han tornado en un detonante de la muerte del que las defiende, el añoro a la libertad, a la igualdad y a la dignidad hoy son tachados de utopías. El dinero ha dejado de ser un medio y ha pasado a ser nuestro dios, un fin al que se aspira. En consecuencia, las cosas se vuelven un medio, las personas se vuelven un medio; ya no se ve a un país tercermundista o pobre al que ayudar, se ve a una potencial maquinaria barata a la cual explotar; ya no admiramos a la naturaleza, en vez de eso vemos materia prima. Ya no vemos nada en sí por el valor que posee sino por el precio que puede llegar a tener. Lo que hoy dejamos atrás cuenta nuestra historia, una en donde primaron nuestros placeres efímeros, donde el precio se confundió con el valor, donde glorificamos lo superficial y material, una historia cuyo legado torturará a miles de generaciones, si es que habrá. Nuestro mensaje al futuro no es poético ni bello, es una risa sarcástica y un gesto indiferente al futuro, al presente, al pasado y a la humanidad en sí.

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