METAMORFOSIS
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- 29 abr 2021
- 3 Min. de lectura
Por: Allison Camacho 11F
Es inevitable no tropezar en algún punto de nuestra vida con el sentimiento de estar vacíos, de no tener pulso alguno que nos motive a seguir. Más aún en este momento exacto de la historia, en la cual un cúmulo de acontecimientos han desencadenado una lucha por salvarse del caos latente, a eso hay que añadirle el hecho de que la mayoría está descubriendo y desglosando poco a poco quién es en verdad. Principalmente es esto lo que desencadena más estrés en la mayoría, teniendo en cuenta que estamos siendo empujados a adentrarnos en el resto de nuestras vidas que estarán construidas sobre las decisiones que tomemos ahora. Sentimos que todos depositan en nosotros su confianza y su fe, que nos encontramos en la mira de todos, mas…¿es eso una realidad?
Foucault revolucionó la filosofía en el siglo XX al introducir su teoría social donde afirmaba que el modelo arquitectónico de la cárcel panóptica que Jeremy Bentham creó en el siglo XVIII, había sido en últimas el mecanismo que el Estado escogió usar para cuadricular a la civilización. Jeremy Bentham buscó crear un sistema carcelario que corrigiera a los prisioneros de manera definitiva y a la vez eficiente, fue así como ideó un modelo de cárcel en la cual habría una torre que tendría vista a la totalidad de las celdas, mas lo más llamativo recae en la incertidumbre de los presos; estos sabrían que en cualquier momento los estarían monitoreando para rectificar su comportamiento mas no sabían quién ni cuándo. Esto en últimas conlleva, según la teoría, a una autonomía y disciplina inquebrantable, pues el individuo internaliza una figura de autoridad que corregirá cada una de sus acciones. Foucault le dió vida a los planos de una cárcel al señalar las similitudes del concepto de dicha interna figura de autoridad y el Estado. Mas el Estado no es el único que busca convertir a la civilización en un molde fácil de controlar, la sociedad no solo lo busca sino que establece las condiciones para que ese sea el único resultado.
La civilización entera se ha desenvuelto bajo la narrativa de que siempre hay alguien observando desde lo lejos, ese alguien puede ser anónimo pero también se le puede bautizar como Dios, Alá, etc según la cultura y educación bajo la cual cada quien haya crecido. Mas nuestra generación ahora más que nunca interioriza día a día que está en mira, no solo de ese alguien sino de la sociedad entera, esto en razón a que crecimos alrededor de la farándula y, hoy sobretodo, de las redes sociales. Estas condiciones nos hicieron concebir que nuestra vida era un espectáculo para el entretenimiento de muchos, lo que hoy se conoce bajo el nombre de “main character narrative” o la narrativa del personaje principal. Esto resulta perjudicial cuando empezamos a darnos cuenta que la mayoría de acciones, decisiones o inclusive lo que asumimos como identidad son en pro del personaje y el espectáculo que queremos dar a ese alguien que sabemos que quizás nos esté observando.
Esto desencadena en una multitud de problemas, donde las cosas dejan de tener un significado profundo, y con ello nosotros. El concebir la vida como un espectáculo nos hace divertirnos, pero en pro del entretenimiento de algo ajeno a nosotros mismos. Sin lugar a dudas, esta concepción degrada la persona que estamos construyendo y la persona con la cual conviviremos por el resto de nuestros días, es por eso que ahora más que nunca tenemos que apoderarnos y liberarnos, recordar que no somos un personaje principal; somos los escritores, directores, protagonistas y, en especial, el único público al cual dirigiremos nuestro arte. Nuestra vida es un lienzo en blanco que debemos ir pincelando con el propósito de retratar el arte que somos, mas recordando que el arte es precisamente bello no porque sea estético sino porque nos hace sentir caricias en lo más profundo de nuestra alma.


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