Nefertiti

Por: Ángel Sebastián Quiroga Mora

Dueña del destino,

la hermosa que ha llegado,

la luz que ha logrado excavar todo el polvo del desierto, la estrella arriba de la pirámide.

Nefertiti, dueña de lo que alumbra el sol, dueña de la vida y de los cauces de los ríos, emperatriz de la noche.

Nefertiti, amante del hombre que aspira cruzar tus desiertos, a navegar el cauce del río que se te arrodilla.

Nefertiti, diosa humana,

dueña de mis palabras;

la que opaca las mil estatuas,

los mil templos,

los mil soles que para tus dioses se levantan.

Nefertiti, dueña del reloj de arena que va contando los momentos de mi perdición;

diosa viviente del recuerdo,

se mis recuerdos que solamente guardan tu rostro de luna y

tus labios de luna que yo, el aspirante a ser sol besa.

Yo, el rey extranjero, el califa, el sultán,

el amo de otro tiempo,

el que solamente quiere de tu ritmo;

Khasir, el perdido, en búsqueda de tu camino, de tu inmortalidad, del amor desértico,

de nuestra sangre hasta el final.

Soy el hombre en busca de su desierto,

en busca de su diosa, de su reina,

de unos ojos a los cuales mirar.

El que busca una realidad en el suspiro de sus miradas.

Nefertiti, el fuego en la niebla del desierto, la de sublime mente,

la de sublime pensamiento;

la mujer que es religión,

la mujer que en el futuro desaparecerá por la tormenta de

arena que es el mundo;

la mujer que se guardará en mis entrañas en el corazón

perdido del tiempo y de nuestro río.

Mujer, diosa, reina, olvidada, perdida, dueña de toda ruina y de todo canto; la que regó mi sangre en mi corazón, la verdadera ficción,

la mujer de otro tiempo, de otro lugar,

de mis mismos labios, de mí misma búsqueda, de mí misma mirada,

de mis mismas arterias, de mí mismo corazón, la misma de siempre.

Nefertiti, la mujer que olvido para recordarla,

la de viva luna,

la de la luna que todos los días tiembla en lo invisible de lo

azul.