top of page

Sosiego y spleen

“A partir de cierto punto ya no hay vuelta atrás. Hay que llegar a ese punto”

-Franz Kafka


Por: Bruno Djerzinski

¿Quién es capaz hoy en día de quedarse quieto, sin hacer nada, absolutamente nada? ¿Acaso quién lo ha hecho? Es una manía nuestra el hacer algo en todo momento. Si no estoy haciendo tareas, estoy en redes sociales; si no estoy en redes sociales, estoy escuchando música; si no estoy escuchando música, estoy viendo Netflix; y así ad infinitum. La sucesión de la vida se ha tornado en un consumir sempiterno que nunca tiene fin, en el que buscamos estímulos en todo momento con el fin de no caer en el tedio, ese célebre spleen del que Baudelaire habló hacía mucho tiempo. Ahora esta sucesión se ha fragmentado; ha dejado de ser continua esa fuente de estímulo y, por tanto, nos comenzamos a aburrir en un nivel inexplorado. Observamos cada vez con mayor detalle las paredes de nuestro hogar e interiorizamos el encierro; nos hacemos conscientes de que no podemos evadir la claustrofobia; nos hacemos conscientes de que no podemos evadir la desesperación; en otras palabras, nos hacemos conscientes de un destino amargo. Así, asumimos una actitud fatalista, de resignación frente a nuestro mundo, en la que el aburrimiento, ese sentimiento de inacción que se instala más allá de la desesperación, se instala subrepticiamente en cada rincón de la mente, hasta que no tenemos alternativa alguna para distraernos con otros estímulos; estamos cayendo por el abismo de nosotros mismos. Hemos llegado a nuevos niveles de introspección.

El estado final del aburrimiento llega con la inacción, con el sosiego. Por mucho tiempo hemos habitado el movimiento. Ahora, nos podemos sentar sin hacer absolutamente nada y mirar ese reflejo oscuro de nosotros mismos de frente. ¡Qué tarea más desagradable! ¿Cuántas cosas que encontramos en nosotros mismos no repudiamos? Nos damos asco, nos damos odio.

Es lo que Houellebecq llamó “la revolución fría”, el quietismo del espíritu frente a la modernidad estimulante, lo que nos da las herramientas para hacerle frente a este odio y transformarlo en algo más, algo que Nietzsche llama la “voluntad de poder”. No pretendo hacer de moralista al instituir una empresa en contra del odio, pues el odio es sumamente necesario, pero, al mismo tiempo, indeseable. Mi pretensión consiste en llegar al quietismo del espíritu; en transformar quién soy por algo más, por sueños de sublimidad. Estamos ante las puertas de la utopía del espíritu.



Entradas recientes

Ver todo
La búsqueda del yo

Valentina Restrepo Amador 11°D El cuento escrito por Borges: “Undr” relata la historia de un personaje que, por estar huyendo, se...

 
 
 

Comentarios


bottom of page