Homilía sobre la Música
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- 4 feb 2021
- 3 Min. de lectura
Por: Ricardo Aristizabal Salinas
Docente de Inglés – Colegio Angloamericano
Músico frustrado.
La música es el corazón de la vida. Por ella habla el amor; sin ella no hay bien posible y con ella todo es hermoso.
Franz Liszt (1811-1886) Pianista y compositor austriaco de origen húngaro.
Sentado en mi escritorio, el sol que ha encontrado aposento en los caóticos cielos bogotanos durante los últimos meses, decrece a mis espaldas con la quietud característica del atardecer, un aroma de sándalo llena mi ambiente y un ritmo cadencioso de guitarra enamora los últimos rayos de sol. Es en este momento, en que el propósito de este texto, se contonea al ritmo de la música, siendo ésta la esencia principal que abarcará las próximas líneas de este texto. Fue a finales de los años 80s, cuando por azares de la vida y por fortuna para mí, decidí hacer de la música mi complemento, mi religión, mi alimento, mi cosmos y casi mi todo. La música es ese regalo dado por las deidades para minimizar el dolor de los mortales y poder armonizar cada respiro en la existencia. No concibo un mundo sin música, un mundo en continuo cambio en el cual investigaciones científicas han encontrado evidencia que la musicalidad ha acompañado al ser humano desde la prehistoria. Sería apasionante observar a aquellos primitivos rockstars, con sus pieles y cabellos ásperos intentando conquistar a sus féminas al ritmo de garrotes y piedras, o expresando su vesania al observar que el palo que utilizaban para hacer fuego, se había roto por tanta fricción y ni pensar en la mágica mezcla de sonidos de júbilo, cuando lograban encender una amplia fogata para asar algún trozo de carne, o veían venir al mundo a sus primogénitos sobre un cuero de venado. Al realizar una comparación con nuestros días, el cambio respecto a estas expresiones emocionales no es muy significativo. Sin embargo, me llama la atención de cómo la música ha mutado de la mano de la evolución humana. No me es posible imaginar generaciones de hace cuarenta años, en donde la seducción y la expresión sublime de movimientos culturales y subculturas respectivamente alrededor del mundo, se manifestaban a ritmos de twist, jerk, gogo, boowie- woogie, calypso, soul, blues, jazz, swing, mambo, chachachá, tango, rock and roll, punk, ska, reggae, salsa, entre otros, expresando sus posturas políticas, inconformidades sociales e ideas postmodernas a ritmo de reggaetón o tecnocumbia o alzando un estandarte de Maluma en plena manifestación en contra de una posible tercera guerra mundial o tarareando las “profundas líricas” de una canción de Wisin & Yandel en contra de una invasión a cualquier país Latinoamericano. No apreciado lector, eso no podría suceder. Valga esta oportunidad comunicativa para invitar a las nuevas generaciones a una reflexión profunda de cómo estamos alimentando nuestra apreciación por la música, de cuáles semillas culturales estamos sembrando en los oídos de los infantes y adolescentes que a ritmo de “eso perra, dile que eres afuegote, que te gusta el azote y los camarotes, también los botes. Andar con los botes y también el mazacote.Yo soy tu perro, tu perra chulita, la dinamita la que en la ropa se quita, la abusadora, la favorita, la señorita que grita Wisin dale!” están aniquilando los valores y principios necesarios para construir una sociedad más sana, proactiva, ciudadana, crítica, argumentativa, investigativa e intelectualmente preparada para un mundo globalizado y liviano como el que ha germinado durante las últimas generaciones. Una sociedad vanguardista no podría crear escritores, artistas, intelectuales, filósofos, científicos, maestros, impartidores de justicia, empresarios, deportistas, padres y madres de familia a sinfonía de “perrea mami, perrea”, ya que éstas sociedades estarían aderezadas con mapas mentales sin identidad, sin experiencia histórica y cimentadas en mensajes vacíos, que atropellarían el lenguaje con rimas y ritmos que en nada colaborarían al bienestar de las generaciones venideras. Incito a retomar los caminos antiguos y clásicos en cuanto a la música que se cola entre las cortinas de nuestra vida. Es hora de volver a entonar melodías que nos recuerden de dónde venimos y para dónde vamos, melodías que conquisten corazones sedientos de poemas armonizados con escalas virtuosas, que revivan las mariposas en las entrañas y que a través del tiempo sean recordadas con nostalgia y un toque de juventud, que nos remonten a nuestro primer amor o rebeldía, o simplemente nos alegre las cálidos o fríos atardeceres del diario vivir con una magistral composición lírica o melódica. Y como decía Andres Caicedo “Que Viva la Música!”.



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