Mi semestre sabático
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- 28 jun 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 30 jun 2020
Por: Natalia García Soto - Egresada 2019
Desde hace un par de años me había propuesto estudiar en Alemania. La gran mayoría de universidades allá reciben estudiantes únicamente para semestre de invierno, es decir, en septiembre. Y apenas me gradué del colegio era aún un poco incierto, a qué me dedicaría por el próximo semestre. Las posibilidades eran infinitas. Quería hacer un voluntariado, quizá viajar un poco o conseguir un trabajo. Pero lo que menos me imaginé fue que mi semestre sabático fuera, como fue.
Siempre fui una persona inquieta, quería sacarle el máximo provecho a mi tiempo. En el primer mes me dediqué por completo a estudiar para un examen que necesitaba aprobar para mi universidad y a enviar mi hoja de vida a decenas de empresas. Y en ninguna me contrataron, siempre por la misma razón: continuaba siendo menor de edad.
Sin embargo, no me mantenía del todo desocupada. Iba a algunos conversatorios y eventos en Bogotá para personas que quieren practicar el idioma, como tarde de juegos, clubs de películas o conferencias. Y una vez a la semana participaba en las reuniones de las Juventudes del Partido Verde en la Alcaldía Local de Usaquén, en donde ejerzo mi pasión latente por la política. Gracias a eso, hoy día lidero conjuntamente la Mesa de Trabajo de Género de la localidad. Un poco tiempo después, me enteré de una aplicación para ofrecer clases particulares, de cualquier asignatura. Me llamó la atención y publiqué un anuncio para dar clases de alemán. Pero tampoco llegaba ninguna solicitud.
Llegó marzo y con él, empezaron los contagios en el país. No pasó mucho tiempo, para que decretaran, como era de esperarse, la cuarentena. Y yo seguía sin haber hecho mucho más que lo que ya escribí. Y fue entonces que me contactó mi primer alumno, un español que vivía en Alemania y que no sabía mucho del idioma. Tenía clase con él en las mañanas, así que mi día consistía en darle la clase y después prepararle la del día siguiente. Y poco a poco, fueron llegando más y más. Principiantes, intermedios, avanzados… Hoy tengo alrededor de 20 alumnos. Que, si bien es demandante, estoy constantemente en contacto con el idioma y aparte he tenido la posibilidad de ahorrar para los costos universitarios y cubrir los pagos de las aplicaciones, por lo que lo he encontrado bastante favorable.
Además, tuve la oportunidad de ponerme en los zapatos de los profesores, que entregan su vida a brindarnos enseñanzas. Aprovecharé este espacio para agradecerle a todos los docentes del colegio, a quienes les debo una enorme parte de lo que soy. Tienen mi total admiración. Y para los estudiantes que continúan leyendo, les digo de todo corazón que lo mejor que pueden hacer es valorarlos y aprender lo que más puedan de ellos. Transmitir conocimiento a otra persona, es una tarea que necesita de dedicación y paciencia inimaginable, se los digo como exalumna y ahora, por experiencia propia.
Continuando con el relato, a mediados de mayo comencé a aplicar a las Universidades. Siempre el consejo que dan es aplicar a varias, porque los procesos de admisión son bastante exigentes, después de todo se postulan personas alrededor del mundo entero. Es infinitamente gratificante que todas las respuestas que he recibido han sido cartas de aceptación, incluso las universidades con mayor prestigio y de cupos más restringidos, quieren que estudie en ellas a partir de septiembre. De todo lo que sembré en el colegio, veo los frutos hoy día.
El consejo que les puedo dar es que no menosprecien su tiempo en el colegio, crean que lo que están haciendo en este momento tendrá repercusiones en el futuro; porque así será. Cada proyecto que inicien, cada decisión que tomen, cada pequeña acción. Las experiencias en el colegio nos forman el carácter y guían nuestra trayectoria. Puede que la historia aún esté comenzando, pero cada paso que demos, por pequeño que parezca, construye nuestro futuro.


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